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Develan busto de Helia Bravo Hollis en la Facultad de Ciencias, reconoce su legado en la Biología y conocimiento de las cactáceas

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Por Susana Paz

Helia Bravo Hollis no sólo fue la primera bióloga titulada en México, fundadora del Jardín Botánico de la UNAM y formadora de generaciones de científicas, ahora también es la primera mujer que es reconocida en la Facultad de Ciencias (FC) con un busto ubicado en el patio del edificio Tlahuizcalpan.

Estudiantes, profesoras, profesores y familiares acudieron a la ceremonia. Karina Rebeca Durand Velasco, sobrina de cuarta generación, compartió cómo fue la convivencia con su tía. 

Una casa llena de libros, un escritorio de madera oscura con un vidrio encima, lámpara, lapicero, todo rodeado de cuadros, postales y fotografías. Sentada en una silla de terciopelo azul de madera y un libro en la mano, Helia Bravo preparaba sus clases y artículos rodeada de un gran jardín. Vivió con su hermana Margarita, “también bióloga y también eminente”. Habituadas ambas a dar grandes comidas a sus amigos, familiares, colegas y estudiantes.  

“Fue una mujer de vanguardia, atemporal, provenía de la madera de mujeres valientes y aguerridas que solas superaron la Revolución, y también audaz, cuando entró a la Facultad a inaugurar una carrera de biología que apenas existía y embarcarse en grandes excursiones de trabajo de campo y colecta (...) Dulcemente tenaz, de porte elegante y discreto, con sus vestidos a media pierna siempre con un broche en la solapa y mascada, poseía una belleza rara de ojos inteligentes”.   

En su fotografía de generación, resaltaba la figura de Helia Bravo. Entre un espacio poblado de hombres estaba solo ella, sentada y vestida con traje sastre y sombrero. 

“Fue la primera bióloga titulada de México, y resaltando el mérito que esto significa, agrego que fue una mujer apasionada, enamorada de la ciencia, que se entregó al goce del saber e hizo, a partir de ella misma, enamorada como estaba, una metodología de investigación que abrió una senda insospechada entre los espinos de la época que le tocó vivir, una senda entre los espinos de sus suculentas, un camino que podría parecer árido pero ella lo hizo florecer, con su trabajo, con su constancias, con su entusiasmo, con sus aportaciones, y en esa senda que dejó aquí andamos”. 

Con agradecimiento a las organizadoras por parte de su familia, Karina Durán dijo que era importante que la comunidad de la Facultad supiera cómo Helia Bravo se expresaba de la UNAM. 

“Daba gusto escucharla, se llenaba la boca hablando de su Escuela Nacional Preparatoria en el edificio de San Ildefonso, de la excelencia de sus compañeros. Estaba orgullosa de la máxima casa de estudios que ella también hizo su hogar y su habitación. Fue unamita de cepa”. 

El 26 de septiembre de 2001, cuando Helia Bravo murió, a punto de cumplir casi cien años, la bandera universitaria arropó su féretro, “el alma mater estaba en su corazón”.

Para su sobrina, una de las mayores enseñanzas que le dejó su tía, fue compartir el amor, los afectos, el tiempo, el conocimiento, la ciencia. “El compartir en una suerte de laboratorio para vivir y entender la ciencia en una red multidisciplinaria, transdisciplinaria, interdisciplinaria, que también puede comprender música, literatura, poesía, recetas de cocina y consejos de familia”. 

En 2001, antes de su partida, Helia Bravo dejó escrito: “Como alguien para quien la biología ocupó la mayor parte de su vida y le dio las más grandes satisfacciones, darme cuenta que los organismos que yo identifiqué y estudié se están extinguiendo, significa que parte de nuestra propia vida y del conocimiento de nosotros mismos se está aniquilando también. Mediante dos grandes ramas de la biología podemos conocernos y trazar nuestro destino; la evolución nos permite saber de dónde venimos y la ecología, a dónde vamos. Espero sinceramente que las generaciones de biólogas y biólogos que me sucedan y todos aquellos que aman la vida, sepan conservarla”. 
 

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“La reina de los cactus”

Helia Bravo Hollis nació en 1901 en Mixcoac, en la Ciudad de México. Ingresó en 1918 a la Escuela Nacional Preparatoria para cursar el bachillerato y una de sus clases, la de biología, la encabezó el profesor Isaac Ochoterena, reconocido biólogo y botánico, quien se convertiría en su mentor.   

Helia Bravo, junto con Leopoldo Ancona, inició la carrera de Biología en la UNAM. Tomaron sus clases en la Escuela de Medicina y en la Escuela de Altos Estudios, convirtiéndose en la primera mujer en México en titularse de dicha carrera.

Después de escribir el libro Las cactáceas de México, su mentor Isaac Ochoterena le dijo que su labor en el Instituto de Biología, donde fue encargada del herbario, había concluido, pues estaba lista para enseñar. Poco después, contrajo matrimonio con el médico Clemente Robles, que la alejó de la enseñanza y la investigación para dedicarse al hogar. Trece años después, se divorciaron y ella regresó a lo que más amó: la investigación. Junto con otros reconocidos biólogos, fundó la Sociedad Mexicana de Cactología.

Dedicó sus estudios a la morfología y taxonomía de los cactus. Seis especies y una subespecie de dichas plantas llevan su nombre: Heliabravoa chende (Polaskia), localizado en la zona desértica de Tehuacán; Airocarpus bravoanus, cactus endémico de San Luis Potosí; Opuntia bravoana, Opuntia heliae y Opuntia heliabravoana, que son especies de nopal y Mamillaria hahniana bravoae, cactácea endémica de la Sierra Gorda de Querétaro.

Desarrolló toda su trayectoria en la Universidad Nacional: fue investigadora en el Instituto de Biología, cofundadora del Jardín Botánico, cuya zona desértica lleva su nombre y publicó diversas investigaciones, por lo que en 1985 la invistió con el Doctorado Honoris Causa y en 1989 le concedió la distinción de Investigadora Emérita. 

En 1980 la Organización Internacional para las Suculentas y el Principado de Mónaco la condecoró con el “Cactus de Oro”. En el año 2000, el gobierno de México le reconoció su contribución a la flora de Metztitlán, Hidalgo, durante el decreto de formación de la Reserva de la Biósfera de la Barranza de Metztitlán. En su honor, el Jardín Botánico de Tehuacán, Puebla, lleva su nombre.

Su obra científica abarca 160 publicaciones, 60 descripciones taxonómicas y 59 cambios de nomenclatura. Es forjadora de campos de investigación como el de la protozoología, la flora acuática, la vegetación de zonas tropicales y áridas, y la elaboración de la taxonomía de las cactáceas. También formó a muchas generaciones de biólogos.

Vivió casi un siglo. Se dedicó 70 años a la investigación de las cactáceas, con incalculables contribuciones a la botánica. Se retiró a los 90 años y falleció el 26 de septiembre del 2001, cuatro días antes de celebrar su centenario.

Durante la ceremonia el director de la Facultad de Ciencias, Víctor Manuel Velázquez Aguilar, expresó que Helia Bravo hizo una carrera meteórica que, además de ser una de las grandes referentes como la primera mujer estudiando biología, “su importancia radica en que dentro de nuestra comunidad es una de las mujeres que iniciaron, o han hecho que otras, tengan carreras similares o se animen a ser profesionistas de la ciencia”. 

Reconoció la iniciativa impulsada por estudiantes de la Asamblea de Mujeres Organizadas de la Facultad de Ciencias (AMOFC). Una ceremonia con emotividad por la presencia de familiares de la doctora Helia Bravo Hollis, así como de docentes y trabajadores que conocieron a homenajeada.

A nombre de la AMOFC, Frida Quintero Villegas, estudiante de Física, dijo que con ello las jóvenes y académicas reafirman con ese gesto la importancia de visibilizar a las mujeres en la ciencia y abrir camino a nuevas generaciones.

“Habíamos visto que en la Facultad no teníamos una representación física de las mujeres, cosa que los hombres sí tienen, tanto con Darwin como con Einstein, y a pesar de que se han hecho intervenciones como el Darwin rosa, no teníamos una representación como tal. Necesitábamos esta visibilización”, afirmó.

Expresó que las niñas que vienen a visitar la Facultad, tanto de primarias, secundarias o preparatorias, lo único que ven son referentes hombres, lo que hace pensar que la ciencia es “algo de hombres, porque es lo que se nos ha repetido sistemáticamente”.

Recordó que en el Instituto de Física hay una representación de dos grandes mujeres de esa disciplina y de la universidad, Alejandra Jaidar y María Esther Ortiz, quienes fueron las primeras físicas tituladas de la UNAM. 

“Por eso era muy importante que nosotras también tuviéramos esta representación de las mujeres de la Facultad y qué mejor con una gran científica, para que las próximas generaciones tengan este recordatorio que hay mujeres haciendo ciencia, que para allá vamos, que ojalá la ciencia se cubra de más mujeres y que no solo sea este 60/40 en la Facultad”. 

Fuente: Diez momentos en la vida de Helia Bravo Hollis, colección Material de Lectura, de Libros UNAM. 
 

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