por Susana Paz
Ciudad Universitaria. CDMX. 29 de septiembre de 2023.- Durante dos o tres años la lava del Xitle fluyó por las faldas del Ajusco, bajó por la avenida Miguel Ángel de Quevedo hasta llegar al lago de Texcoco. Los derrames fueron periódicos. Era el año 280 de nuestra era. De la lava —que sepultó a la cultura cuicuilca— se formó el pedregal o malpaís, un sinuoso paisaje rocoso que daría vida a un ecosistema único que, miles de años después, se encuentra ante múltiples desafíos, entre ellos su conservación.
En una parte de ese pedregal formado hace 1675 años se construiría la Ciudad Universitaria. Actualmente son 237 hectáreas resguardadas por la UNAM en lo que se conoce como la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel (REPSA) que este 3 de octubre cumple 40 años de haberse establecido.
La secretaria ejecutiva de la REPSA, Silke Cram Heydrich, dice que estos años significan mucho porque la UNAM está asumiendo y manteniendo un compromiso que adquirió desde hace cuatro décadas para resguardar un territorio en donde se han descrito más de mil 500 formas de vida entre mamíferos, plantas, aves, reptiles, hongos, roedores y en el que queda todavía mucho por estudiar y describir.
“La REPSA es relevante porque simplemente pensar en la megalópolis con 20 millones de habitantes y que haya estos espacios que todavía resguarden el ecosistema original es muy importante. El hecho de contar con vida silvestre ya es un elemento suficiente para decir que hay que conservarlo, porque estar en contacto con la vida silvestre es un privilegio”.
Para Silke Cram, los argumentos de los servicios ecosistémicos que otorga la reserva no son los únicos, si bien brinda muchos beneficios como la infiltración, recarga de agua, diversidad biológica y resiliencia, considera que se debe tomar en cuenta que el bienestar del ecosistema va más ligado al bienestar de todos los seres vivos, incluido el ser humano.
“El mayor desafío para la conservación de la REPSA es la forma en que pensamos en cómo debe ir el desarrollo, porque el desarrollo va muy ligado a construir, construir y construir. Y obviamente eso requiere superficie y esto no es compatible con los ecosistemas originarios, sobre todo en un entorno urbano. El mayor desafío es tratar de modificar el concepto y decir, el desarrollo no se va a dar por tener más edificios, se tiene que cambiar esa visión”.
La doctora Irama Núñez Tancredi, quien forma parte de la Comisión de Protección de los Pedregales en la Facultad de Ciencias, coincide en que se tiene que tomar conciencia de la importancia de este espacio no solamente por cuestiones biológicas y los servicios ecosistémicos, sino por la oportunidad que brinda para conectarnos con territorios que nos hacen sentir bien y que nos llevan a reflexionar sobre nuestra propia posición en la tierra.
“Es importante colocar en el centro la vida y reconocernos como seres vivientes que dependemos de la naturaleza pero también que podemos aportar y contribuir a no seguir con su destrucción. Este espacio es un reflejo de lo que sucede a nivel ciudad, es chiquito pero tiene los mismos problemas; el reto va más allá, a nivel universitario lo podemos seguir haciendo, pero son más escalas las que hay que tomar en cuenta, tenemos que ir a la raíz del problema, de la cultura, que tiene que ver con el modelo económico con el que estamos, de consumo, de desperdicio, de estar extrayendo continuamente los recursos. Estos son retos que afectan a la reserva, a la universidad y en general a toda la sociedad”.
Para celebrar los 40 años de la creación de la REPSA, se realizó una jornada de conferencias y muestra de carteles en el Auditorio Carlos Graef de la Facultad de Ciencias en las que se reunieron diversos especialistas para hablar tanto de la parte histórica, social, biológica, cultural de este espacio y de los retos y desafíos de esta reserva que tuvo su impulso justamente en los pasillos de la Facultad de Ciencias hace cuatro décadas.
Para la doctora Silvia Castillo Arguero, profesora de la FC y coordinadora del evento, es muy relevante que la conmemoración se haya realizado en la Facultad de Ciencias ya que fue aquí donde se inició y se tuvo el impulso de que se generara esta reserva.
“Es importante difundir la reserva, que los estudiantes la conozcan, se incorporen y que todas las acciones de limpieza, de manejo de basura y conservación, sea adecuada. Si la gente no la conoce, es muy difícil cuidarla. Veo a mis estudiantes y están fascinados cuando la observan, la estudian; aquí tienes un lugar que es un laboratorio vivo para aprender ecología, para aprender flora, fauna. Un laboratorio biológico maravilloso”, expresó Silvia Castillo.
En la inauguración del evento, el director de la Facultad de Ciencias, Víctor Velázquez Aguilar, consideró que es relevante mantener este espacio porque es muy simbólico. “El planeta está sufriendo por diferentes causas que tienen que ver con su complejidad. El cambio climático, la destrucción de bosques, de selvas, de muchos ecosistemas (...) En este momento estamos en una carrera por la supervivencia que tiene que ver con la conservación, por eso este esfuerzo que hace la universidad de forma local es muy emblemático”.
El doctor Jorge Arturo Meave del Castillo, profesor de la FC, considera que en un contexto en donde se quiere desarrollar una mejor relación con la naturaleza como seres humanos, la creación de una reserva, de un área protegida, es un evento muy importante. Pero además, al formar parte del movimiento cuando surgió esta iniciativa, afirma que recordar la historia de cómo inició este proceso en la Facultad de Ciencias es algo que no se debe olvidar.
“La REPSA es una de las aportaciones más importantes de la Facultad de Ciencias, en general, a la vida universitaria en su conjunto, porque el campus central de la universidad está marcado de manera indeleble por la presencia de la reserva ecológica. Y eso es producto del trabajo, las acciones, las ganas y el compromiso de la gente de la Facultad, por eso creo que cualquier esfuerzo que hagamos y dediquemos a recordar esto y a mantener presente ese recuerdo para que no se vaya disolviendo en el pasado y que esté vivo, es muy importante”.
Para el investigador, esta es una reserva muy particular porque protege un ecosistema realmente raro.
“Los pedregales son sitios muy especiales que concentran, por una serie de características, esencialmente la geodiversidad, que es un término que refleja esta idea, porque depende de un sustrato muy raro, donde la lava está a flor de piel, en donde existe una heterogeneidad de recovecos, huecos, grietas, planos, hondonadas, sitios rugosos, que hace que muchas especies de plantas y por lo tanto de animales puedan encontrar pedacitos del ambiente donde establecerse y prosperar; en una región relativamente pequeña se concentra toda esta diversidad”.
Afirma que todo esto lo notaron muchas personas a través de los años, al apreciar este espacio con todas sus particularidades.
“Hubo antes llamados a considerar la pertinencia de conservar un área que de por sí no tiene mucha utilidad para otros propósitos, los malpaíses se llaman así porque no sirven para la agricultura, porque no hay suelo, pero una cosa es la agricultura y otra el desarrollo urbano. La necesidad de arrasar con el territorio y probarlo densamente; eso fue lo que pasó aquí, entonces el pedregal completo se destruyó en un lapso de 35 a 40 años, con excepción de las áreas que permanecen en Ciudad Universitaria. Esto fue lo que motivó a mucha gente, estudiantes, profesores, académicos y trabajadores de la Facultad a la propuesta de que se hiciera una reserva ecológica. No digo que no hubiera participación de gente de fuera, pero un 99 por ciento fue un movimiento o iniciativa que surgió en el seno de la Facultad, se ejecutó dentro de la facultad, en una negociación larguísima con la administración universitaria”.
Para Jorge Meave, justamente esta celebración se debe aprovechar “para volver a echarle combustible a este interés para renovar que la gente de la Facultad se entere y lo haga suyo. Esos estudiantes que fueron a impedir que echaran más tierra a los camiones, que fueron a marchar por las facultades a la rectoría pidiendo que se considerara la conservación de esta reserva, o los que estuvimos negociando horas y horas inclinados en los mapas con una regla (...) Todo eso es lo que estamos recordando, y creo que en la medida que la gente, la comunidad académica de la Facultad, recuerde este proceso lo va a hacer suyo”.
Para Irama Núñez, celebrar estos 40 años también es importante porque la idea de proteger este ecosistema surgió como un movimiento académico - estudiantil, que se convirtió en algo más amplio, en un movimiento social que puso en la mira la importancia de evitar un modelo de ciudad que tiene que ver con la urbanización desenfrenada.
El doctor Zenón Cano Santana, profesor del Departamento de Ecología y Recursos Naturales y uno de los mayores especialistas de la REPSA, considera que es muy importante para la comunidad universitaria, para la comunidad de la Facultad de Ciencias y para la Ciudad de México, el que una reserva cumpla 40 años y que al ir creciendo crezca en superficie, en interés e infraestructura, además de que el reconocerse institucionalmente le da mucha fortaleza.
“Pero a parte tiene una base social muy importante, el capital humano que está detrás de la reserva habla del compromiso que tenemos los seres humanos por la naturaleza. Un aspecto de lo más maravilloso en todos estos años de trabajo, es encontrarme con seres humanos que están genuinamente interesados en su protección, detrás de una reserva hay personas generosas que apuestan por la protección desde su origen. Mis colegas, los estudiantes y trabajadores que hace 40 años se pusieron al frente de las máquinas, eso es algo que no cualquiera se hubiera atrevido a hacer. Pero mis compañeros fueron valientes e incisivos. Soy heredero de la manera en que ellos ven la protección, ven la naturaleza, a mí me motiva mucho encontrarme con personas, hombres, mujeres y niños que son capaces de dar mucho esfuerzo por la REPSA”.
Recuerda que en un programa de restauración que implementó y en el que se requería trabajo voluntario, llegaron a participar boy scouts, amas de casa y muchos ciudadanos interesados en ver qué podían hacer para proteger la naturaleza.
“Ese acercamiento humano es conmovedor y nos motiva a seguir adelante. Uno sabe que en estos esfuerzos uno no está solo: personas están detrás de la conservación de la naturaleza y sin ese tipo de personas, no seríamos beneficiarios de tantas cosas que nos brinda”.
La Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel (REPSA) es una reserva natural urbana que pertenece a la UNAM.
En ella se resguardan 237 hectáreas de un ecosistema único, el matorral xerófilo de palo loco, habitado por al menos 1500 formas de vida nativas adaptadas a las condiciones naturales del sur de la Cuenca de México.
La REPSA abarca la tercera parte del campus universitario y representa el patrimonio natural de la Universidad Nacional y por consecuente de la sociedad mexicana.
Para el especialista, con una trayectoria en el tema de más de 30 años, los principales retos de conservación son que se requiere incrementar la conectividad de los parches del ecosistema natural, porque los organismos están restringidos en pequeñas áreas limitadas por cercas, lo que provoca que organismos como las tarántulas, conejos, entre muchos otros, no se pueden mover, por lo que resulta determinante implementar un programa de conectividad que requiere apoyo financiero y entendimiento de la biodiversidad.
Otro reto son las especies exóticas invasoras que tienen un impacto muy grande y se están concentrando en los bordes de la reserva, por lo que es importante establecer programas de control.
Sobre este tema, el maestro en ciencias, Jaime Acosta Arreola, ha trabajado en la REPSA desde la licenciatura y la maestría en el área de especies exóticas —principalmente con el eucalipto—, en la búsqueda de resolver la problemática causada por estas especies. Primero en un proyecto de biogasificación a partir de los desechos orgánicos de la reserva, en el que calculó el potencial energético que tienen los eucaliptos para poder utilizar esto en un proceso de bioconversión para obtener energía eléctrica.
En su proyecto de maestría trabajó en una formalización de la matematización en ecología, al implementar conocimiento acerca de las matemáticas y sistemas dinámicos para que, a través de la modelización, se obtengan una serie de predicciones que pueden permitir generar una toma de decisiones más informada.
“Si nosotros controlamos a los eucaliptos podemos facilitar que las especies nativas puedan seguir coexistiendo y existiendo en un futuro. Uno de los principales retos es mantener estas líneas de investigación para que se vayan abriendo a estas nuevas tecnologías, para que los jóvenes tengamos los espacios para desarrollar estudios de la REPSA con nuevas perspectivas de investigación”, considera Jaime Acosta.